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miércoles, 4 de julio de 2012

“A veces los pandilleros te rompen los vidrios”…


Groserías, pandilleros, borrachos y mucho calor, parte de la vida diaria de muchos trabajadores del transporte público

Por: Alejandro Echartea

El
 reloj aún no marca las 4 de la mañana cuando Julio César López ya está de pie y preparándose para partir hacia su trabajo, con el sueño todavía nublándole la razón recuerda por instinto el pesado y duro día de trabajo anterior con un dolor crónico de espalda mientras se estira para terminar de despabilarse. El cielo sigue completamente estrellado, la mala iluminación de los postes dejan a las estrellas brillar a sus anchas mientras el rugido del motor se va abriendo camino entre las calles llenas de baches, basura y pulgosos perros callejeros.



Julio César es chofer en la ruta Vegas-Central aunque en sus10 años al servicio del transporte público ha laborado en otras rutas como la Casas Blancas, la Corregidora, la Satélite y la Echeverría, “la Corregidora es la mejor ruta porque es donde hay más pasaje, hay más dinero, aquí está muy tranquilo”, recuerda.

La terminal de la rutase encuentra localizada casi en lo más alto de la colonia Altas Cumbres, en ese lugar a las 5:30 de la mañana ya hay microbuses en espera de salir en la primera corrida del día, “el primero sale a las 5:50 pero tenemos que estar antes”, cavila,“para las 5:40 a más tardar y ya después salen a las 5:50, 6, 6:08, se va corriendo el orden dependiendo de la cantidad de micros que se encuentren”.

Cada recorrido desde la colonia Altas Cumbres hasta la Central -ida y vuelta-tiene una duración de una hora con 15 minutos por lo que al día Julio César -como el resto de sus compañeros-está 10 horas tras el volante, “en realidad sin contar con el tiempo que estamos aquí descansando es todo el día”, se dice para sí mientras se fuma un cigarro entre el ruido de los motores.

“Entramos aquí a las 5 y media de la mañana y salimos a las 10 de la noche más o menos, son como 14 o 16 horas”, recapacita, “no hay medios turnos, aquí es desde que entras hasta que se acaba el día”.

A esas alturas de la sierra las mañanas suelen ser frescas, no obstante, el resto del día el calor es tan abrazador como en el resto de la ciudad y el chofer no deja de pensar que la temperatura pronosticada para este día será de más de 40 grados centígrados, “está pesadito el calor y tienes el motor aquí por de un lado”.

Recuerda que justamente las altas temperaturas son la queja diaria de los pasajeros, “oiga esto parece horno, ¡qué horror!”, se quejan unas señoras en los asientos traseros hablando entre sí pero alzando bien alto la voz para que el de el volante las pueda escuchar, otros, jaloneando las ventanas tratan de abrirlas más de lo físicamente posible sin lograr hacer que circule más aire dentro de la unidad, “se quejan del calor pero solo se suben a lo mejor veinte minutos, a lo mejor media hora”, mira de reojo el chofer a través del

espejo retrovisor pero calla ante las provocaciones de los usuarios, “uno está aquí sufriendo todo el día”.

En su recorrido llega a la Central de autobuses en donde hace una leve escala esperando a que el nuevo pasaje aborde la unidad para poder sacar para pagar la renta y el gas del microbús, la deshidratación -mientras tanto-, la trata de vencer a cada vuelta tomando más de un litro de agua para reponer los líquidos perdidos en el trayecto, “otro problema es con los alcohólicos o con los drogadictos que se suben y alteran el orden en la unidad”, piensa al ver subir al vehículo a un cholito con la vista vidriosa y los labios resecos, sin advertirle nada lo sigue con la mirada hasta que se sienta pacíficamente en los asientos del fondo.

Más tarde al circular por el vado del río San Marcos recuerda otra de sus preocupaciones, el pandillerismo, “a veces bajas y te rompen los vidrios ahí en la orilla del río con las piedras o si se te queda tirado el micro ahí en el río te roban una flecha o el equipo de gas, no falta que te roben”, se dice. También al viajar de pasajeros los pandilleros causan destrozos en los asientos y al rayar el interior de las unidades, “esos son los mismos vagos  o los del CBTis, no hay mucha diferencia son iguales”.

Por las empinadas calles de la colonia Francisco I Madero una señora –ni tan mayor pero tampoco tan jovencita- pide la bajada no sin antes soltar alguna clase de amenaza en el caso de que no la deje bajar con calma, Julio César espera a que esta esté en la acera a pesar de que el tiempo no le sobra, “respeten el trabajo de nosotros porque nosotros estamos para servirlos y queremos que nos den un trato digno”, le suelta a la señora en una imaginaria conversación.

El día se apaga lentamente en aquel privilegiado lugar de la colonia Altas Cumbres desde donde se puede admirar de punto a punto la belleza y serenidad de Ciudad Victoria,“esto es algo cotidiano, nada más que sí es cansado por las desveladas, es decir, llegas a las 10 u 11 a tu casa y en lo que te bañas, cenas y estás conviviendo con tu familia en la noche unos 20 minutos para levantarte al día siguiente a las cuatro de la mañana para llegar aquí a las cinco…”, se dice finalmente al quedarse profundamente dormido frente al televisor encendido.

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